La salud mental da igual.
Total, no se ve.
La gente sigue currando y haciendo su vida como puede, o está de baja en casa, o en el paro también en casa, tragándose en soledad lo que les pasa, hasta que 10 personas al día deciden quitarse la vida en nuestro país, y otros 200 lo intentan.
Y no sale en prensa.
El estigma sigue presente y quienes tienen un diagnóstico lo ocultan para que la sociedad no les juzgue, y así vamos criminalizando a quienes sufren y siguiendo con el ritmo frenético, el estrés y las exigencias del capitalismo que hacen que cada vez más, los psicofármacos sean la vía de elección que da el sistema para poder llevar una vida en la que más o menos, no se note que estamos jodidos.
O no tanto.
Aunque lo estemos, y mucho.
No hay información, no hay campañas, no hay recursos, no hay prevención.
Y yo que sé que es lo que me pasa.
Juan sigue dándole vueltas un día y otro a que es un fracasado. Sigue sin poder dormir. Sigue teniendo miedo cada mañana a buscar trabajo, porque teme no soportar otro rechazo. Sigue pagando deudas metiéndose en otras, y decide apostar, porque es la vía que desde la tele le dicen que tiene.
Gana gana gana. Apuesta apuesta apuesta.
María sigue yendo a currar cada mañana tomándose su pastilla para poder llegar a medio día sin salir corriendo. Sin romper a llorar cuando atiende a un paciente. Y a la hora de comer se encierra sola en el despacho porque no soporta escuchar a nadie.
Ricardo se mete toda la farlopa que puede para poder escapar de su vida, cada finde, y últimamente a diario, porque cuando no lo hace vuelven los pensamientos que le repiten una y mil veces que está solo y que nadie le va a querer nunca.
Olivia, pide permiso a la profesora para ir al baño a vomitar, porque ya es la décima vez en la mañana que le han llamado gorda, y cada tía que ve en la publicidad le recuerda que lo está, y que eso, no está bien.
Carmen, sigue pensando que salir a la calle es peligroso, y hace la compra por internet y cada vez que viene el repartidor tiembla al abrir la puerta.
Marcos, no se atreve a hablar con nadie por si se ríen de él, y no baja al recreo por si acaso, diciéndole a los profesores que prefiere quedarse a estudiar arriba.
Sofía, sonríe a todos los que pasan por recepción, sin entender por qué por dentro se siente tan vacía, tan rota y tan sola.
Sergio no puede quitarse de la cabeza los gritos que vivió de crío, y anda dando hostias a las papeleras cada vez que algo no le sale como él quiere, y ya se ha roto la mano tres veces.
Carolina revive todos los días cuando abre los ojos aquella vez que la violaron, y tarda un buen rato en darse cuenta de que ya no está pasando. Y cuando se da cuenta, recuerda que sí pasó, y que no fue una pesadilla.
Y así, uno tras otra, una tras otro, pasamos por la vida de puntillas para que nadie se entere de que estamos manchados de dolor, y nos ponemos ropa bonita para que sea eso lo único que se vea.
No vayamos a hacer ruido.
Y decides buscar ayuda, porque ya no puedes más, y hostia! te dan cita para dentro de dos meses. Y decides ir por lo privado y hostia, 60 pavos cada semana.
Y no puedes esperar, o no puedes pagar tanto.
Y otra vez la sensación de abandono a tu suerte mientras el mundo sigue girando.
Pero total, que más da, si no se ve.
Si solo lo ves tú. Solo lo sientes tú.
Si nadie habla de ello. Nadie te explica, nadie te informa, nadie te cuenta qué es lo que está pasando.
Si "solo" está en tu cabeza, y como solo está ahí, los demás pasan de largo.
Y ellos también piensan, que tú estás pasando de largo.
Quizás si nos paráramos a escuchar, un momento ahora mismo, todo lo que "solo" está en nuestras cabezas, hablarían entre ellas encontrando comprensión y entendiendo que la salud mental, es una cuestión colectiva a la que el sistema no le está dando la solución que podría.
Y entonces, quizás, cambiarían las cosas
Pero, no se ve...
Y por lo tanto, no existe.
Fuente: Perfil de facebook de Paula Marín Psicóloga
Fecha: 09/05/2019