El pintor ateniense de la segunda mitad del siglo V a. C. Zeuxis de Heraclea presumía ante su rival artístico, Parrasio, de haber pintado en un cuadro unas uvas tan reales que los pájaros intentaban picotearlas tras confundirlas con auténticas. Parrasio le desafió a que era capaz de realizar una pintura más perfecta que esa. Cuando Zeuxis llegó al estudio de Parrasio, el lienzo objeto del desafío estaba tapado por una tela. Zeuxis le pidió que retirara la tela para ver la supuesta maravilla y Parrasio le contestó que acababa de ganar la apuesta, puesto que la tela estaba pintada sobre el lienzo
El cardenal Richelieu (1585-1642) era hombre de pocas palabras. En una de las fiestas en que se veía obligado a participar, permanecía apartado del resto de los invitados y se dedicaba a observar todo lo que sucedía a su alrededor. Notando su soledad, un duque se le acercó y le dijo:
- ¿Se aburre, su eminencia?
- No, contestó lacónicamente Richelieu.
- ¿De veras no se aburre, su eminencia?, insistió el duque al rato.
- No, estimado duque; no me aburro jamás, a no ser que los demás insistan en aburrirme.
En cierta ocasión, el rey español Felipe IV le pidió al escritor Francisco de Quevedo que improvisara una cuarteta.
- Dadme pie, le dijo Quevedo.
El rey, creyendo hacer una gracia, le alargó la pierna. Pero el escritor, que siempre fue de respuesta rápida e ingenio agudo, lejos de darse por vencido, improvisó, como le habían pedido, la siguiente cuarteta:
- En semejante postura / dais a comprender/ señor/ que yo soy el herrador/ y vos la cabalgadura.
Arthur Schopenhauer, filósofo alemán, impartió clases en la Universidad de Berlín. Al empezar uno de los cursos, les hizo esta pregunta a sus futuros alumnos:
- ¿Quisiera saber si alguno de ustedes conoce mi ensayo sobre la influencia de la mentira en las relaciones humanas?
Se levantaron muchas manos, y Schopenhauer exclamó.
- Muy bien. Ahora sé que voy a poder hablar de este tema con conocimiento de causa, pues la gran verdad es que yo jamás he escrito ese ensayo.
El escritor satírico español Luis Taboada publicó en 1890 un tomo titulado “Madrid cómico”. A todos y cada uno de sus amigos y conocidos (que, dados su buen humor y su bondad, no eran pocos) les fue diciendo:
- Perdona, chico, si en mi libro te aludo un tanto así... descaradamente. No hay nada de mala intención.
El amigo, intrigado, compraba el libro y no veía en el alusión alguna a su persona. En pocos días se agotó la edición.